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Un sistema de cuidado robusto hacia
una sociedad más igualitaria


Desde hace algunos años se viene hablando de la “economía del cuidado” o sencillamente de “cuidado”. Este término se refiere a las actividades relacionadas con el mantenimiento de la vida humana. No se puede vivir sin cuidar.

Muchas mujeres se dedican a cuidar a otros como actividad principal, en especial a personas dependientes. La división sexual del trabajo a lo largo de los siglos parte del supuesto de una estructura social basada en la familia compuesta por hombres proveedores y mujeres cuidadoras y amas de casa.

Las luchas sociales de las mujeres a lo largo del tiempo han cambiado esta división, logrando para ellas un mayor acceso al mercado de trabajo. Sin embargo, aún falta lograr plenamente la siguiente demanda: el reconocimiento del trabajo no remunerado.

Esta demanda ha ido de la mano de la búsqueda de autonomía económica tanto de parte de las mujeres dependientes de los ingresos de sus parejas como de las que no tienen cónyuge – en 29% de los hogares de América Latina, el jefe de hogar es una mujer.

Tres demandas componen el cuadro de frágil autonomía que ejercen las mujeres: la búsqueda de ingresos independientes, una mayor participación política y el control sobre su salud y su cuerpo.

Esos son los ámbitos que monitorea el Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe a solicitud de los gobiernos de los Estados miembros de la CEPAL.

Un caso representativo de la región es el del Estado Plurinacional de Bolivia, donde a pesar del avance en su participación económica, 45,9% de las mujeres no dispone de ingresos propios (véase el gráfico 1). Esta situación se repite en mayor o menor medida en toda la región y se agrava cuando no se cuenta con sistemas de protección social adecuados.

Otro rasgo común es la debilidad en los sistemas de cuidado de la infancia, de la tercera edad, de la salud y a los enfermos. Sin un sistema de cuidado robusto que facilite la inserción y permanencia de las mujeres en el mercado laboral, a menudo se debe recurrir a soluciones familiares.

Para conseguir un empleo remunerado muchas mujeres deben delegar su carga de trabajo de cuidado doméstico… a otras mujeres. Las cadenas de cuidado femeninas se componen en el ámbito privado por las madres, amigas o vecinas de las mujeres que delegan, o por mujeres que son empleadas de manera remunerada para cuidar.

Con el correr del tiempo, las cifras muestran cómo las mujeres, a pesar de ingresar en la esfera pública de la sociedad, siguen a cargo de manera exclusiva y excluyente de la esfera privada. Las mujeres cada día trabajan más de manera remunerada y continúan con su carga de trabajo no remunerado, perpetuando las cadenas de cuidado femeninas.

Esta situación pone en evidencia que los gobiernos de la región le asignan un lugar secundario a las políticas de cuidado. Cuando estas políticas existen, se orientan como un beneficio asistencialista destinado únicamente hacia las mujeres y no, en el caso del cuidado infantil, a ambos padres. Siendo así, podría perjudicar o desincentivar el ingreso de las mujeres al mercado laboral.

En el ámbito público, los mecanismos de cuidado de la población dependiente - niños y niñas, enfermos, tercera edad o discapacitados - también se encuentran en manos principalmente de mujeres: enfermeras, parvularias, profesoras. Los hombres se siguen dedicando primordialmente a las actividades productivas mientras que las mujeres predominan en las actividades reproductivas o de cuidado, aunque a veces sean labores pagadas.

Hasta hace muy poco el trabajo no remunerado era un dato invisible en las sociedades y en las economías nacionales. Sin embargo, varios países han iniciado acciones para visibilizar, reconocer y recompensar el trabajo doméstico de las mujeres. En los últimos años varios países han llevado a cabo encuestas de uso del tiempo que dan cuenta de la “carga total de trabajo”, midiendo el trabajo remunerado y el no remunerado en la sociedad.

Un estudio de la División de Asuntos de Género de la CEPAL a partir de estas encuestas muestra dos tendencias. Por un lado, en todos los casos el tiempo total de trabajo es mayor para las mujeres que para los hombres. Por otro, en todos los casos también, son las mujeres quienes dedican la mayor parte de su tiempo al trabajo no remunerado.

En el caso de México, por ejemplo, las mujeres trabajan 27,7 horas más a la semana que los hombres en tareas no remuneradas en los hogares (véase el gráfico 2). Esto da un promedio de casi cuatro horas al día más que los hombres. En tiempo total de trabajo, las mujeres trabajan 17,9 horas más a la semana que los hombres. Sin embargo, cuando se trata de trabajo remunerado, los hombres trabajan casi 10 horas más a la semana que las mujeres.

Esto da cuenta de la desigual carga laboral entre hombres y mujeres, además de las desigualdades asociadas con el tipo de trabajo. Como el trabajo del hogar y de cuidado no es remunerado, se puede concluir fácilmente que las mujeres, en todos los casos, trabajan más que los hombres y ganan menos.

El Estado, las familias y el mercado deben participar en el cuidado de las personas dependientes de la sociedad. Uno de los desafíos básicos para construir una sociedad igualitaria es reconocer y redistribuir el trabajo no remunerado a través de políticas que favorezcan la participación masculina en las labores de cuidado (permisos parentales, cuidado infantil universal, horarios flexibles para ambos sexos). En cuanto a la previsión social, se pueden profundizar las reformas que reconocen el tiempo dedicado por las mujeres a lo largo de sus vidas y que explica su ausencia o intermitencia en empleos pagados.

*por División de Asuntos de Género


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