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Las víctimas olvidadas de la pandemia: niñas, niños y adolescentes

13 de diciembre de 2021|Enfoques

Pese a los logros de las últimas décadas, el futuro de niñas, niños y adolescentes es hoy más incierto. La pandemia expuso inequidades -toleradas hasta ahora por nuestras sociedades- no solo en cuestiones sanitarias, sino también en el ámbito social y económico, que han resultado en una afectación mayor de las poblaciones en vulnerabilidad.

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Sala de clases vacia
© UNICEF/UNI331139/Volpe

Claudio A. Castillo, MA
Profesor Adjunto Instituto de Nutrición y Tecnología de los Alimentos, Universidad de Chile y Profesor Centro de Salud Pública, Universidad de Santiago de Chile

 

Pese a los logros de las últimas décadas, el futuro de niñas, niños y adolescentes es hoy más incierto. La pandemia expuso inequidades -toleradas hasta ahora por nuestras sociedades- no solo en cuestiones sanitarias, sino también en el ámbito social y económico, que han resultado en una afectación mayor de las poblaciones en vulnerabilidad.

Antes del COVID-19, en América Latina y el Caribe este grupo ya era el más afectado por la pobreza multidimensional y por ingresos, que tiene efectos negativos a lo largo de toda la vida, según han mostrado estudios de larga data.

Y el escenario empeoró. Las medidas adoptadas para mitigar los efectos de la emergencia transformaron dramáticamente la cotidianeidad de la niñez y la adolescencia: impactaron sus vínculos, espacios de juego y el acceso a la escolaridad, exponiéndolos a padecer adversidades tempranas, que se asocian a deficiencias posteriores en el aprendizaje, comportamiento, bienestar físico y mental, efectos que se profundizan mientras mayores sean las carencias. Niñas y niños desprovistos de cuidado receptivo en los hogares, previamente desatendidos o sin acceso a servicios esenciales, son y seguirán siendo los más expuestos a estrés tóxico.

La CEPAL ha alertado de importantes aumentos de la pobreza en la región a causa de la pandemia y la consecuente crisis social y económica[1]. Y esto es clave: las perspectivas interseccionales del curso de vida nos muestran cómo la experiencia simultánea de distintas formas de discriminación -ya sea por género, edad, etnia o posición socioeconómica- son determinantes en la exposición diferenciada a riesgos y se asocian a morbilidad prematura o desigualdades en el desarrollo saludable.

En ese contexto, la interrupción de los servicios esenciales, vacunas y atenciones de salud, así como la reducción de alimentos, pueden llevar a un aumento desolador de muertes infantiles y maternas. Asimismo, el incremento de la malnutrición, en sus diversas formas, la pérdida de cuidadores y el aumento del estrés afectarán también a futuras generaciones, dado los cambios fisiológicos, sicológicos y epigenéticos que se producen en útero y durante los primeros años de vida.

Una preocupación presente y futura es la salud mental, tal como lo señala el Informe de UNICEF sobre el Estado Mundial de la Infancia 2021. Se ha demostrado que niñas y niños sufren estrés más agudo si son separados de uno o ambos progenitores y el pronóstico es más complejo frente a la pérdida de cuidadores primarios y secundarios. Y esto es una realidad: se estima que entre marzo de 2020 y abril de 2021 unos 600 mil menores de 18 años quedaron huérfanos a causa de COVID-19 en la Argentina, el Brasil, Colombia, México y el Perú.

A los adolescentes -más sensibles a estímulos sociales y con mayor necesidad de interacción- la pandemia les ha impedido el contacto cara a cara, clave en la aceptación de sus pares, previéndose consecuencias de gran alcance. De momento, la socialización ha sido sustituida por la interacción digital que, junto con masificarse, también visibilizó la violencia inserta en medios virtuales, redes sociales y de mensajería, y sus amenazas para la integridad y/o seguridad para este grupo.

Son de especial preocupación las interrupciones en el acceso a servicios de salud mental para adolescentes, en un contexto de escuelas cerradas, espacios donde de manera oportuna se pueden detectar riesgos, síntomas y cuadros de ansiedad o depresión, por nombrar algunos.

Es imperativo destinar esfuerzos y recursos en programas innovadores de salud mental con base comunitaria para niñas, niños, adolescentes y sus padres. Es especialmente relevante hacer alianzas con la academia y capacitar en pesquisa temprana, derivaciones oportunas e intervenciones en crisis.

La conclusión es contundente: no actuar ahora perpetuará ciclos intergeneracionales de pobreza, desigualdad y exclusión social.

 

[1] Véase Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) (2021), La paradoja de la recuperación en América Latina y el Caribe. Crecimiento con persistentes problemas estructurales: desigualdad, pobreza, poca inversión y baja productividad. Informe Especial COVID-19 N° 11. Santiago, julio 2021. Disponible [en línea] https://www.cepal.org/es/publicaciones/47043-la-paradoja-la-recuperacion-america-latina-caribe-crecimiento-persistentes.