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Las personas mayores: la independencia en la interdependencia

20 de noviembre de 2017|Enfoques

A fin de comprender adecuadamente la independencia de las personas, también en la vejez, es fundamental enmarcarla en la interdependencia constitutiva del ser humano. Desde un enfoque predominantemente ético, se desarrollará la siguiente tesis, en la que se expone primero la condición general de interdependencia de las personas y se la aplica luego a la situación de las personas mayores.

A fin de comprender adecuadamente la independencia de las personas, también en la vejez, es fundamental enmarcarla en la interdependencia constitutiva del ser humano. Desde un enfoque predominantemente ético, se desarrollará la siguiente tesis, en la que se expone primero la condición general de interdependencia de las personas y se la aplica luego a la situación de las personas mayores.

 

A. La interdependencia constitutiva de las personas

Si la independencia se identifica con la autosuficiencia estricta de la libertad para la toma de decisiones y la ejecución de lo decidido, hay que concluir que la independencia plena no solo no existe nunca, sino que es extraña a la condición humana.

El hecho de que los seres humanos sean intrínsecamente sociales significa que siempre son interdependientes. Sus independencias parciales se engarzan con dependencias parciales que, amparadas convenientemente, hacen posibles a las primeras. Esas dependencias parciales se resuelven positivamente si se abocan a la recepción de apoyos pertinentes de quienes tienen independencias. Aquello que varía en forma relevante a lo largo de la biografía de una persona —y de una persona a otra— son los modos y las intensidades de dependencias e independencias que están complejamente engarzadas.

Esta realidad permite observar que las independencias solo existen asentadas en un sustrato de solidaridad, lo que debe prevenir a las personas contra el orgullo por la autosuficiencia de la autonomía que una persona puede experimentar cuando la percibe en ella misma.

Las dependencias que existen claman para ser acogidas en la solidaridad, frente al acomplejamiento ante la necesidad de recibir —o, de nuevo, ante la soberbia de quien no quiere deber nada a nadie—. Sin lo que es a su vez base y horizonte —esa solidaridad—, el ideal de independencia de las personas y la constatación de sus dependencias dejan de tener sentido.

Por lo tanto, lo llamado a ser rechazado no es la condición de dependencia, constitutiva del ser humano frágil y autoinsuficiente al que como tal hay que acoger, sino la dominación de unas personas por otras.

Es dominación toda iniciativa humana que, por acción u omisión, de forma estructural o en el marco de relaciones personales, abusando de la condición de vulnerabilidad de las personas, daña la dignidad, ya sea mediante la destrucción o la explotación, ya sea mediante la generación de dependencias evitables.

Estas últimas se producen por tres vías que no se excluyen entre sí, sino que pueden sumarse:
i) la creación, por iniciativas humanas intencionales, de dependencias que no existían;
ii) la atención inadecuada de dependencias existentes, que las agranda, y
iii) la falta de atención o la omisión de dependencias existentes, que, de nuevo, las acrecienta o contribuye a que se asiente lo que pudo ser transitorio.

La interdependencia permite observar que las dependencias reales no deben ser atribuidas meramente a deficiencias funcionales que las personas podrían experimentar a la hora de realizar acciones necesarias y valiosas. Deben ser atribuidas a la interacción entre esas deficiencias personales y las estructuras y dinámicas sociales.

En una sociedad inclusiva, que se expresa a través de la accesibilidad universal, la no discriminación, la distribución de los recursos orientada a garantizar la igualdad de oportunidades y la oferta de apoyos ante las limitaciones, entre otros elementos, la dependencia que podría ligarse a la deficiencia funcional se reduce drásticamente, mientras que aumenta crudamente en las sociedades excluyentes. Por eso, acoger la condición de dependencia de las personas supone crear sociedades inclusivas ante los déficits de capacidad funcional. La sociedad inclusiva es la expresión global y general de la interdependencia solidaria.

 

B. Criterios básicos de la atención a las personas en situación de dependencia

En este apartado se considera no tanto la dimensión estructural, sino la dimensión intersubjetiva de la problemática que se está abordando. Así, se mencionan a continuación los criterios básicos de atención a las personas en situación de dependencia.

El criterio general consiste en que cada persona en situación de dependencia es única, y se halla en un contexto específico y en una situación abierta a evolucionar, lo que requiere discernimientos singularizados, compartidos y revisables que estén abocados a establecer los correspondientes apoyos, personalizados e integrales.

Los criterios específicos son los siguientes:
i) el respeto exquisito de los modos y los niveles manifiestos de independencia de la persona dependiente;
ii) la escucha, seguida de un diálogo que permita clarificar colaborativamente no solo las carencias funcionales de la persona dependiente, sino también sus expectativas;
iii) el suministro de apoyos orientados a la potenciación y al acompañamiento de la autonomía fragilizada en el momento de la toma de decisiones o en el momento de la ejecución de dichas decisiones, y
iv) la decisión de sustituir la voluntad de la persona dependiente únicamente ante situaciones relevantes y cuando se haya recorrido todo el camino precedente —además, quien brinda atención a una persona en situación de dependencia ha de ponerse, en lo posible, en el lugar de la persona a la que acompaña y apoya—.

Este es el esquema básico para poner en práctica éticamente la interdependencia con personas cuyo nivel de dependencia es significativo. A su vez, esas personas participan de la realización de la interdependencia planteando colaboraciones y demandas —según sus niveles de autonomía— que son respetuosas de la autonomía de quienes las acompañan, las apoyan y las cuidan, así como de los deberes de justicia respecto de la sociedad.

Desde la perspectiva de la interdependencia, la asimetría en la atención de las personas en situación de dependencia entre quien brinda el apoyo y quien lo recibe, aparte de que siempre debe enmarcarse en la simetría moral plena de la dignidad, debe ser contemplada como porosa y flexible.

Siempre que esa atención se expresa como una relación moral, esto es, de acuerdo no solo con los principios citados sino también con las virtudes de la comunicación intersubjetiva —tan relevantes en el día a día de las relaciones de apoyo y cuidado—, el dar se abre intrínsecamente al recibir, y del recibir emana espontáneamente un dar. En este punto se hace referencia, no tanto a los bienes de intercambio sujetos a un acuerdo o un contrato, que tienen su necesario lugar, sino a los bienes inmateriales no sujetos a acuerdo ni a cálculo. La interdependencia está abierta a una reciprocidad compleja no medible en su conjunto en términos de igualdad aritmética.

 

C. La interdependencia en la vejez

En la muy diversa y variable situación de las personas mayores en lo que se refiere a sus dependencias e independencias se revela en toda su complejidad, y como en ninguna otra etapa de la vida, la condición general de interdependencia compleja y abarcadora de la vida entera de todos. Es muy importante que se perciba esta realidad al afrontar la situación de independencia y dependencia en la vejez.

La consecuencia más básica de enmarcar en este contexto el acercamiento a las personas mayores es que queda sin base toda percepción de estas personas como seres sin valor, que constituyen una carga social, pues tal juicio supone concebir la dependencia de forma indebida, unilateral y parcializada, en la medida en que la dependencia es desgajada de su contexto natural de interdependencia. El enfoque de la interdependencia, en cambio, permite fundamentar y afianzar la lucha contra el edadismo y los malos tratos, dando consistencia social a la plena percepción de la dignidad de las personas mayores, sin importar la situación de independencia o de dependencia en la que estén.

Este enfoque de la interdependencia permite, además, hacer una lectura estructural de las realidades, los modos y las intensidades de las dependencias en la vejez, que son en gran medida atribuibles a los mecanismos de las sociedades que excluyen a las personas mayores, en unas ocasiones no permitiéndoles la expansión de las capacidades relativas a la autonomía y la independencia que ellas conservan, y, en otras, acrecentando las situaciones de dependencia que van apareciendo. Del enfoque de la interdependencia se desprende la exigencia ineludible, desde el punto de vista de la justicia, de crear sociedades inclusivas también, y expresamente, en las últimas etapas del ciclo de vida de las personas.

La propuesta de envejecimiento saludable de la Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene un reconocido sustento en la condición de interdependencia de las personas, que debe ser enfatizado y ajustado.

Apostar por la optimización de las acciones dirigidas a promover las oportunidades de las personas mayores de gozar de una salud integral, así como a promover su participación en la sociedad y su seguridad, entendida como la garantía de que recibirán los apoyos y los cuidados que puedan ir precisando, es apostar por una sociedad que incluya a las personas mayores, en la que el dar desde la independencia y el recibir desde las dependencias permita reconfigurar el mencionado envejecimiento “saludable” en el marco de una dinámica de actividad y receptividad compleja, en evolución en cada persona, sustentada en una solidaridad que, por supuesto, está abierta a la dimensión intergeneracional, pero no solo a ella, y que es contemplada en sus dos direcciones, la del dar y la del recibir, que expresan no tanto la justicia de la reciprocidad estricta cuanto la justicia en la solidaridad.

Si se considera la dimensión intersubjetiva propia de las relaciones personales y familiares, y de las relaciones entre comunidades sociales cercanas, se descubre que el enfoque de la interdependencia aplicado a la vejez permite interpretar los criterios éticos antes citados con relación a la atención de las personas dependientes en general en el marco de la atención de las personas mayores con dependencias significativas, y aplicar más ajustadamente dichos criterios a la atención de estas personas. No se trata de apoyar todo lo posible la autonomía individual de las personas mayores para, con frecuencia, reducir el campo de su ejercicio a la “actividad del entretenimiento”, aunque esta deba estar incluida. Se trata de que la autonomía de las personas mayores así potenciada conlleve la posibilidad de que dichas personas se inserten tanto en las relaciones y en las comunidades cercanas, de referencia, como en la sociedad en general; suponga el goce no solo de la autoconstrucción sino también de la aportación al bien común, y permita bloquear cualquier tipo de complejo que las personas mayores podrían llegar a experimentar ante la necesidad de abrirse con intensidad al recibir.

Por supuesto, la interdependencia también requiere la responsabilidad de las personas de edad, que ha de ser proporcional a la autonomía y la independencia que ellas mantienen, para que las ejerzan a través de iniciativas que respondan a la autenticidad de lo que consideran que son y deben ser; para que eviten plantear a las personas que las apoyan y las cuidan exigencias que estén fuera de lugar y que coarten los legítimos espacios de autonomía de estas personas —debe tener lugar, siempre que se pueda, un diálogo que permita armonizar las autonomías de unos y de otros, y sus independencias e interdependencias—, y para que el buen trato que las personas mayores tienen derecho a recibir, expresado cotidianamente en las virtudes relacionales, se corresponda con el buen trato que ellas brindan.

 

D. La interdependencia en el marco de la biografía personal

La interdependencia, sobre todo en la vejez, pone de relieve la importancia de la referencia a la biografía personal. En esta, al mismo tiempo en que se define y se plasma la identidad personal, se manifiesta de forma precisa cómo la condición universal de interdependencia se ha ido concretando de modo único en cada persona, y cómo el dar desde la suficiencia relativa y el recibir desde la insuficiencia relativa se han ido mezclando y trabando inextricablemente en la vida de cada persona. La tentación de cuantificar dichos aspectos se relativiza apenas estos se fundan en la solidaridad, y cuando se percibe que las cuestiones decisivas en las relaciones humanas son incuantificables.

En la biografía aparecen también las sombras de las vidas relativas a la falta de solidaridad que se ha sufrido y a aquella que se ha ejercido. Es el lado oscuro de lo que también supone la interdependencia, ahora en su faceta negativa. Hay una memoria que clama justicia por el sufrimiento injusto que se ha recibido y otra que, afrontando el sufrimiento que se ha causado, invita al arrepentimiento honesto que construye, en favor propio y de los demás. Incluso en la vejez es preciso que las personas estén atentas a afrontar los retos morales de esas sombras, personal y socialmente, bajo la forma de renovadas interdependencias positivas que enmienden las negativas, aunque ello a veces acarree crisis de identidad, que pueden resultar saludables si son bien abordadas y acompañadas.

La vejez es la etapa en que la biografía que se refiere al pasado domina sobre aquella que está aún por construirse. Sin embargo, ello no debe bloquear la mirada hacia adelante: las actividades y las receptividades de las personas en la última etapa del ciclo de la vida están llamadas a culminar, a llevar a su grado más elevado la creatividad posible de esa biografía que cada persona conforma.

Esa dinámica que supone la asunción biográfica de lo que uno es no debe truncarse por una atención a la situación de dependencia en la vejez que corte dicha dinámica por el hecho de ignorarla totalmente. Piénsese en lo que pasa en muchas residencias en las que se ofrece un trato pulcro en lo que se refiere a la atención de las necesidades básicas, pero totalmente aséptico respecto al pasado de la persona mayor, cuando no contradictorio con ese pasado.

En cambio, hay que ser conscientes de que, incluso en ese decrecimiento de las capacidades que encamina a las personas hacia la muerte, puede seguir habiendo crecimiento, y hay que conseguir que lo haya tanto como sea posible, de un modo apropiado a la situación y, una vez más, gracias a expresiones de interdependencia adecuadas.

Recuadro 1
Opiniones de expertos sobre la autonomía de las personas mayores e independencia en la vejez

En la Cuarta Conferencia Regional Intergubernamental sobre Envejecimiento y Derechos de las Personas Mayores se abordó de manera particular el tema de la autonomía de las personas mayores y la independencia en la vejez, en el marco de un panel en que participaron, entre otros, Elizabeth Lewis, Directora del Departamento de Servicios Humanos del Ministerio de Salud y Bienestar de Santa Lucía, y Verónica Montes de Oca, Presidenta de la Asociación Latinoamericana de Población (ALAP).

Elizabeth Lewis se refirió a cómo apoyar la satisfacción de las necesidades básicas de las personas mayores en las áreas de competencia relacionadas con el entorno, las relaciones sociales y la autonomía necesaria para controlar sus vidas, con el fin de favorecer su desarrollo y su bienestar. Hizo hincapié en que la autonomía nunca es completa durante el curso de vida, y en que en la vejez hay que promover aquellos momentos en que las personas mayores pueden tomar sus propias decisiones, brindándoles acceso a dispositivos de apoyo que permitan fortalecer sus conocimientos y sus capacidades cuando lo requieran. Afirmó que las personas de edad deben recibir información oportuna, adecuada y comprensible sobre todos los aspectos que les competen en su vida cotidiana, y añadió que es preciso lograr un equilibrio habilitador a fin de brindarles un soporte respetuoso que les permita expresar sus pensamientos y sentimientos, en vez de anularlos. Concluyó que no hay por qué exigir a las personas mayores más que al resto de la sociedad, y destacó el hecho de que, si bien la posibilidad de equivocarse es parte de la condición humana, la diferencia entre las personas mayores y las personas que componen los demás grupos de la población consiste en que, frente a dicha posibilidad, a estas últimas no se las reemplaza en sus deliberaciones, ni se resta valor a sus elecciones.

Por su parte, Verónica Montes de Oca se refirió a la importancia del aporte que los académicos a la definición de los conceptos de autonomía e independencia de las personas mayores. Llamó a no englobar a las personas mayores en una categoría homogénea, y a rescatar la diversidad que existe en este grupo social y en el envejecimiento como proceso. Señaló que la discriminación por edad y las desventajas acumuladas por género, clase social y etnia se manifiestan a través de las representaciones y las percepciones sociales que se tienen de las personas mayores y de la vejez, y que ellas impactan de manera directa en el bienestar y la calidad de vida de estas personas, determinando asuntos como el apoyo y los cuidados que reciben de la comunidad. Esto significa que es necesario reorientar las percepciones sociales actuales, y trabajar sobre las narrativas que descalifican a las personas mayores, que conducen al aislamiento y a la pérdida de autonomía. También destacó que es preciso promover el papel de las universidades y de la educación. Los profesionales de la educación son clave en el proceso de reforzamiento de la autonomía y en la promoción del empoderamiento en la vejez.

A partir de las ideas compartidas por las expertas, los participantes manifestaron distintas preocupaciones acerca de la cuestión de la autonomía de las personas mayores. Una de ellas se refirió a la definición del enfoque más adecuado para respetarla, a pesar de las limitaciones que afectan a la capacidad funcional con el paso del tiempo. Se presentaron dos perspectivas. Una de ellas se basa en la curatela, aún vigente en varios países de la región, y la otra se funda en la provisión de apoyo para la toma de decisiones. Se hizo énfasis en que el segundo enfoque es el más apropiado para las personas mayores, porque la dependencia física no necesariamente conlleva una pérdida de la capacidad para tomar decisiones. En ese sentido se concluyó que la autonomía de las personas mayores siempre debe ser respetada.

Fuente: Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), “Proyecto de Informe de la Cuarta Conferencia Regional Intergubernamental sobre Envejecimiento y Derechos de las Personas Mayores en América Latina y el Caribe”, Santiago, 2017, inédito.