Descripción
Invertir en los y las jóvenes iberoamericanos de hoy no es sólo una necesidad para garantizar el relevo de la fuerza de trabajo e incrementar el potencial productivo de las economías nacionales. Más que eso, es una urgencia para avanzar hacia sociedades más incluyentes en acceso al bienestar y a la participación ciudadana, y en el uso productivo del conocimiento.
El ciclo etario de la juventud es decisivo para perpetuar o revertir la reproducción intergeneracional de la exclusión social. Es allí donde se define el eslabonamiento entre educación y empleo, la inserción en la sociedad de la información, la autonomización económica y habitacional, y la constitución de núcleos familiares nuevos. Por lo tanto, actuar para y con los jóvenes es clave si se trata de proyectar sociedades más inclusivas a futuro.
La inclusión social de los jóvenes es, también, clave para imprimirle sustentabilidad a las democracias en Iberoamérica. Las distintas formas de exclusión socioeconómica y política amenazan la gobernabilidad futura, y en esto los jóvenes pueden ser tanto víctimas como disruptores. En la medida que es el grupo social y etario que sufre con más virulencia la crisis de expectativas -por la disociación entre escolaridad y empleo, entre alto consumo de imágenes y bajo consumo material, entre alto manejo de información y baja oferta de oportunidades-, la juventud puede resultar disruptiva en términos de convivencia social y democrática. Por el contrario, ampliar la participación juvenil e integrar a los jóvenes a las redes de promoción (educación oportuna, comunicación ampliada y trabajo productivo) cimienta la gobernabilidad democrática a futuro.
Los jóvenes viven hoy con mayor dramatismo que el resto de la población iberoamericana una serie de tensiones o paradojas, y es necesario tener en cuenta tales tensiones para idear estrategias de inclusión social de la juventud.